Eran las 7.58 cuando un tren de la RER entró aquel octavo día de agosto, envuelto por la luz pálida de la gran estación, bajo el arco de la Défense. Durante algunos momentos de pesadilla, todo el barrio de la Défense quedó inmerso en una oscuridad apocalíptica. —Lo siento, señor, no nos podemos acercar más —anunció finalmente el conductor, al tiempo que paraba el coche junto a la acera, en el límite entre Neuilly y la Défense. Sé que es un asunto delicado, pero dígame, de todos modos, lo que usted piensa. Usted es psicóloga. Al menos, es capaz de reconocer a un esquizofrénico, ¿ Tal y como establecen las medidas generales de seguridad de un inmueble de esa altura, los materiales de construcción esenciales deben resistir al fuego durante, al menos, dos horas. Al menos, eso es lo que siempre he creído. La estructura no resistió mucho tiempo; desde luego, mucho menos del que habría sido necesario para salvar las vidas en el interior de los muros.

Las tres estaban colocadas cerca del eje central, y fueron, no obstante, lo suficientemente potentes para dañar la estructura en toda su extensión. Estaba bien fastidiado. Cuando llegué cerca del conductor, le pregunté inquieto: —Disculpe, ¿ No llegó a parecerme triste, sino más bien dramático. Muchas camisetas de baloncesto NBA lucen independientemente del equipo que seas, seguro encuentras las tuyas y sino siempre podéis preguntarnos para ayudaros. No es que disfrutemos con la muerte de los demás, sino que cuanto mayor sea el recuento, más cae dentro del ámbito de lo excepcional. En cuanto a los ocupantes del inmueble, los que sobrevivieron a las tres explosiones perecieron en el hundimiento. En la zona cero, el edificio Nigel, la torre DC4, la iglesia y la comisaría de policía fueron parcialmente destruidos por el hundimiento del edificio que los dominaba. Apenas unos minutos después de la explosión, el prefecto de la policía puso en marcha el Plan Rojo. La onda expansiva de la explosión hizo volar en pedazos la mayoría de las ventanas de los edificios del ala norte de la Défense, y restos de ellas flotaron en el aire durante unos minutos interminables.

A lo lejos, mucho más cerca de lo que antes había sido la torre SEAM, se oía el ruido sordo de las máquinas que intentaban limpiar los escombros. No hacer ruido. Y esperar. El rumor de la multitud se mezclaba con el ronroneo de la climatización y el ruido de los ascensores, después se elevaba en el mostrador de recibimiento convirtiéndose en una cacofonía ensordecedora. Tras un instante de silencio en el que el tren permaneció inmóvil, las puertas metálicas se abrieron con un ruido. Mi jefe, François de Telême, sabía que era esquizofrénico, y esto no le suscitaba ningún problema. No era complicado, bastaba con teclear kilómetros de cifras y palabras sin preocuparse de los que significaban. Las preguntas de los clientes se contestan en la página del producto para que pueda obtener sus respuestas rápidamente sobre este chandal arsenal 2018! Esto puede darte una idea de cómo es y lo que otras personas piensan sobre el producto.

A la fuerza, he acabado por aceptar que estaba simplemente enfermo, que esas voces no eran más que producto de mi cerebro que fallaba. Llegan acompañadas de crisis en las que mi vista se turba y mi cerebro grita de dolor. A pesar de la rapidez de la intervención de los organismos de auxilio, el resultado del atentado fue terrible, el más terrible que Francia había conocido jamás en su territorio. A pesar del sorprendente realismo de mis alucinaciones, las reconocí como tales, me rendí ante la evidencia, tal y como me pedía mi psiquiatra. Ante la mirada incrédula de miles de personas, el cielo se incendió de golpe. La torre SEAM desafiaba el cielo parisino con la arrogancia de un joven galán. La vida bullía en la explanada de hormigón del oeste parisino. Prólogo 01. La deflagración fue tan fuerte que la oyeron hasta en los municipios vecinos y en todo el sector oeste de la capital. Las seis puertas que abrían la fachada filtraban como cedazos, no sin dificultad, el flujo contenido de trabajadores que se sucedían en las puertas de seguridad, e introducían prudentemente sus tarjetas magnéticas antes de pasar por los tornos metálicos.

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