No me quedé mirando durante más tiempo. Dudé durante un instante. Esperé un instante para recuperar el aliento. No podía mantener mi mechero encendido todo el tiempo por miedo a quemarme los dedos, pero también porque no quería malgastar la gasolina. Cuando, al cabo de un tiempo que me pareció bastante largo, vi que la galería parecía no querer acabarse nunca, decidí dar marcha atrás y refugiarme en la pequeña alcoba. Volví a encender de nuevo mi mechero y vi que ahora estaba en una galería estrecha. Paseé mi mechero por delante de las paredes e intenté descifrar las inscripciones que habían grabado torpemente en la roca. Los muros de piedra tallada se transformaron enseguida en paredes de roca calcárea bruta, y los escalones de metal dieron paso también a la roca. Giró los ojos y retomó su marcha con un paso más rápido. Recuperé un poco de mi seguridad y aumenté el ritmo de mi marcha.
Respiré durante un instante, inmóvil, después volví a ponerme en marcha agachado para no herirme la cabeza con el techo, que era muy bajo. Caminé durante minutos interminables a tientas, hasta que, por fin, la escalera se terminó. —Hay montones de síntomas, señor Ravel, pero le repito que no se puede diagnosticar así este tipo de enfermedad, durante una simple entrevista. Eché una ojeada detrás de mí. Su colega entró y se dirigió en línea recta hacia mí. Me precipité hacia la otra acera, más estrecha. Sus pasos se alejaron hacia la otra punta de la calle. Si no me daba prisa, los dos tipos llegarían enseguida al cabo de la calle y me verían en aquel escondite. Era sin duda el mejor escondite posible. Era el único medio de despistarlos. Pasé por entre un grupo de curiosos y huí en medio de un mar de insultos. Allí, en medio de la pared, justo debajo de un estante, vi relucir un pequeño cristal redondo. Era una puerta vieja y oxidada, medio desencajada, de un color amarillento, sobre la que podía descifrarse un mensaje estropeado por el tiempo: «Canteras.
En aquel instante, vi, a mitad de calle, en un pequeño pasaje, un singular edificio de piedras, redondo y coronado por una cúpula y con una especie de linternilla. La chaqueta reversible de plumón que hemos diseñado para la colección de viaje del Arsenal ofrece a los jugadores una total comodidad en los largos desplazamientos. Tejido técnico de Alta Calidad con ajuste clásico de chándal para la máxima comodidad dentro y fuera del terreno de juego. Escudo tejido del Arsenal. Escudo de transferencia de calor del Arsenal. Escudo del Arsenal. CARACTERISTICAS: Cordón de ajuste en cintura elástica. Una camiseta de entrenamiento del Arsenal con control de la humedad. Entonces, lo oí: un chirrido de neumáticos, una súbita aceleración. Entonces, oí que la puerta del Golf se abría. Me levanté y le di la mano, tomando conciencia de repente del sentido profundo de ese simple gesto. No es egocentrismo, sino el miedo de que los otros y todo el mundo entero sean representaciones falsas, productos de mi conciencia.
A menudo veo nacer en mí una cierta certidumbre según cual mi yo y mi conciencia constituyen la única realidad existente. Crucé una avenida y después, más lejos, entré en una callejuela que estaba a mi izquierda. Avanzaba lentamente en la oscuridad, paso a paso, apoyándome con la mano izquierda en la pared de piedra. El coche me cortó el paso antes, incluso, de que llegara al pavimento. El coche se paró. Conforme me adentraba en el subsuelo parisino, el silencio se iba imponiendo en mi espíritu. En el fondo, no creo conocer verdaderamente más que mi propio espíritu y lo que éste contiene; tan sólo ellos saben que existen. Corrí con todas mis fuerzas, más de las que habría imaginado nunca. Las paredes estaban frías y ligeramente húmedas. Y se lo repito: dejemos de lado esta problemática para concentrarnos en las voces que escucha. —Bueno, más bien son voces exteriores que oigo cuando tengo crisis.