Había alquilado una habitación enorme, que incluía una cocina precaria y tenía un par de sillones y un escritorio bajo una cama en alto, a la que se subía por una escalera. Durante mis cinco semanas en Londres di muchos paseos, nunca más allá de mi línea Sykes-Picot imaginaria en Clapton, desde donde cruzaban hombres con machete, visité tres o cuatro veces el Tate Modern y leí el Guardian, el Financial Times, el Economist, vi la serie Luther en la web de tele a la carta de la bbc (es una policíaca que transcurre en Londres y uno de los crímenes ocurre en Clapton), escribí un pequeño diario tan malo que no hace falta rescatarlo aquí y grabé muchos vídeos con una cámara vieja de mi padre. La segunda vez que fui a Londres fue con mis padres y mi hermana. Un día me colé en la habitación del ordenador y escribí un email a mis padres en el que les decía que me quería suicidar.
El primer día de intercambio consiste en curiosear la casa, husmear impúdicamente y mirar las fotos de los dueños, a los que no conocemos aún en persona y con los que hemos hablado solo por email. No recuerdo lo que le contesté, pero sí que se fue muy rápido y no volví a verla nunca más. En el verano de Esquire no fui al teatro pero sí al cine. Me daba un miedo tremendo. Dormía con miedo de caerme; la altura era mucho mayor que la de una litera convencional. En las estanterías había muchas cintas de vídeo grabadas, con etiquetas, un ordenador muy viejo encendido y un reproductor de música que ocupaba toda una pared. Le dije que estaría cinco semanas haciendo prácticas en la revista Esquire, en el Soho. Días después, ya en la redacción de Esquire, uno de mis compañeros me preguntó dónde vivía. Había venido a buscarme a Milton Keynes, una fea ciudad dormitorio a setenta kilómetros de Londres, llena de rotondas y pequeños lagos artificiales, donde había pasado unos días en casa de un amigo. Hicimos un intercambio de casa con dos familias: dos semanas en Wimbledon, en un chalet impresionante; las otras dos semanas en Stoke Newington, en el barrio de Hackney, en una típica casa de suburbio londinense, propiedad de una pareja de lesbianas fans del Arsenal.
ResultadosEl precio y otros detalles pueden variar según el tamaño y el color del producto. El primer día de trabajo me vestí con un pantalón de color rojo, unos zapatos azules, una americana, camisa y corbata. Un día entré y tardé varios segundos en despertarlo de su letargo. Tenía diecinueve años, que es una edad en la que se entiende que ya no tiene que darte miedo todo esto. Nunca me atreví a meterme por una de las calles por donde intuí que vino, por miedo a que hubiera más como él por esa zona. Solo venía a la oficina a ver las cosas que le enviaban las empresas como regalo. Compra productos de marcas de pequeñas empresas que se venden en la plataforma Amazon. Descubre más sobre las pequeñas empresas que se asocian con Amazon y el compromiso de Amazon de empoderarlas. La tercera vez que fui a Londres fue, en realidad, la primera. Era la primera vez que viajaba solo al extranjero, la primera vez que iba a trabajar, aunque fuese como becario, y nadie me esperaba ni al llegar al aeropuerto ni al llegar a la ciudad.
La primera vez que fui tenía unos diez años y solo recuerdo el Big Ben, el London Eye, comer unos tallarines en un cartón en la calle y cruzar un puente con una maleta acompañado de mi padre. Mi última visita a Londres fue con veintiún años y una beca para estudiar inglés. Ese año leí más literatura, visité mejor los museos, fui a locales de dubstep, medio ligué, que es lo que siempre hago, me tomé en serio Londres y tuve tiempo para cansarme de ella, a pesar de que siento que aún no la conozco. Era el padre de la dueña del piso de Stoke Newington en el que estuvimos de intercambio, y por eso conseguí la habitación a un precio tan barato: cincuenta libras a la semana. Eso me hizo llorar más aún. A veces el dueño salía y cocinaba curry de madrugada. Había muchos pisos de protección oficial, de un brutalismo gris y deprimente, muchas peluquerías de negros, que abrían hasta la madrugada y tenían mucha clientela por la noche, comercios de polacos y un gran supermercado Sainsbury’s. He encontrado su cuenta de Instagram y en las fotos parece más gilipollas de lo que recordaba. Creo que por entonces no tenía email propio, así que debí escribirlo desde la cuenta que estuviera abierta en el ordenador, probablemente de los padres de mi amigo.