Fue como si la siniestra acumulación de aquellas imágenes hubiera acabado por retomar el contacto con la realidad. Y sabemos cómo ha acabado siempre, en un gran baño de sangre. A la vez que apartaba a un lado el plato vacío, la verdad que se me había escapado me heló la sangre. Estaba verdaderamente herido. Era sangre de verdad. El único que podría decir si era o no esquizofrénico. Soy esquizofrénico. En pocas palabras, soy un discapacitado del alma, mi vida es una gran burla, algo inútil sin sentido. El número 73. Se dirigía hacia una parada en la que esperaban unas diez personas. Ellos me alcanzarían. La parada estaba justo delante del puente. Tiré del cordón negro que salía de ella y lo seguí. Completamente absurdo. Creo que deliraba un poco. Me hacían pensar en las caricaturas de jubilados que se ven en los anuncios de los seguros de defunción, salvo por la sonrisa ficticia. Admito que, pasada una cierta cifra, con el vértigo, es difícil hacerse una idea; pero os prometo que son las cifras del diccionario, es así.
Pronto el telediario sería una gigantesca página de necrológicas, y, por mi parte, no conseguía despegarme de aquel morboso espectáculo. Por esa razón no consigo despegarme del televisor. No es que disfrutemos con la muerte de los demás, sino que cuanto mayor sea el recuento, más cae dentro del ámbito de lo excepcional. Ya que uno no puede sentirse más lleno de vida que cuando ve pasar la muerte de cerca, o cuando la vive por poderes. Sencillamente, tomé conciencia de que algo no marchaba, algo inverosímil. Supongo que cuanto más grave sea el drama del que nos hemos librado, más vivos nos sentimos. Del griego eschatos, «último», y logos, «discurso»; la escatología es el conjunto de doctrinas y creencias que se ocupan de la suerte última del hombre. Tal vez sea el querer ser testigo de algo que se sale de lo común. El hombre es a la vez capaz de inventar la vacuna y de organizar Auschwitz. Volví a llamar al timbre una vez más, inquieto. De todas las diferentes especies del ser humano, una sola ha sobrevivido, la nuestra: el Homo sapiens. Hipnotizado por las imágenes, no reparé en el paso del tiempo.
Las viejas damas, con sus largas capas y sus perritos, se apartaban a mi paso ofendidas. No consigo explicármelo, pero también yo siento esa mórbida fascinación por el número de muertos tras los atentados o las catástrofes naturales. 08. La principal información que parece interesar a los telespectadores después de un atentado es el cómputo humano, el número exacto de muertos. No debo de ser el único que piensa esto. Por más que seamos los campeones de la adaptación, hemos de ser realistas, a fuerza de rebuscar en la mierda, acabaremos en el contenedor de reciclaje. Cuando, finalmente, estuve junto al edificio, sentí que mis músculos se destensaban lentamente. La propia humanidad encierra una gran paradoja, pues es la especie que mejor se adapta a los cambios externos y la que demuestra mayor inclinación a autodestruirse. Un acto sensato. De todos modos, necesitaba una opinión exterior a mí. Una opinión de un profesional.
No somos más que una sola cosa: seres que mueren. Historia; de que no podemos ir más lejos y de que es posible incluso que hayamos sobrepasado el límite. Si no era un nuevo producto de mi cerebro enfermo, entonces los que habían puesto la cámara en mi apartamento llegarían seguramente de un momento a otro. Mi vida era fabulosa. Pasada con creces la sesentena, sudadera arsenal ambos habían trabajado durante toda su vida en un ministerio; eso lo sabía. La secretaria pareció dudar durante un instante. Apretar una mano. Compartir durante un instante nuestros útiles. Durante los días que siguen al drama, la cifra oficial aumenta, como una gran y macabra venta en una subasta, y se diría que la gente lo está esperando y que se decepciona cuando se para. Me incorporo en mi cama, noto las palpitaciones de mi corazón, el sudor chorrea por mis manos y todas las voces que viven en mí al fin se ponen de acuerdo para gritar una sola frase.
Mi angustia escatológica. Llegué a darle este nombre después de buscar en diferentes diccionarios, donde por fin encontré la palabra que se ajustaba a mi mayor miedo. Y no puedo cerrar este artículo sin hablar del elegante Zinedine Zidane. A lo lejos, volví a ver la luz del día. Un día u otro, nos llegará el turno, y me temo que esta extinción puede ser inminente y que nuestra especie ya huele como un cadáver. Y me digo que lentamente nuestra especie camina hacia su propio fin. Me levanté de golpe, impulsado por un violento sentimiento de culpabilidad, me dirigí hacia el pequeño lavabo blanco del minúsculo cuarto de baño, me desvestí por completo y me eché agua turbia y fría sobre el cuerpo. Cierro los ojos, todos mis ojos: los de mi cuerpo y los de mi alma. Tuve la sensación de despertarme al fin, de abrir los ojos: de golpe, recordé que había sobrevivido al atentado y el porqué.
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