Si bien Joan Laporta, presidente del Barcelona, no corría el riesgo de verse apartado del gobierno tras la suspensión provisional del artículo 67 de los estatutos del club -el que obligaba a la junta directiva a dimitir de enhebrar dos años en pérdidas-, en su junta se habían impuesto salvar las cuentas de este ejercicio como fuera. La camiseta, que se apodó «la del ketchup», fue rechazada tanto por la afición como por la directiva del club.