Carmen, «tenía una entereza, una fortaleza y unas herramientas que me permitían reaccionar con enfado, pero él fue poco a poco haciendo un trabajo de debilitamiento, me generaba dudas y una inseguridad que te mina hasta un punto en el que estás destruida y no puedes decir basta, te echas la culpa y lo justificas». Por supuesto, él no era así siempre, tenía una doble cara: «Huyes, sí, pero él funcionaba con el doble estímulo de la cara y la cruz y volvía con el ‘disculpa’, ‘perdona’, ‘cuánto te quiero’, ‘eres la mejor del mundo’, me confundía y me hacía volver. Yo no concebía que me quisiera hacer daño conscientemente, sino que necesitaba ayuda y yo quería dársela. Es una trama complicada física y psicológicamente».